martes, 29 de marzo de 2011

Pudor, Sudor y...

Es momento de realizar un post de concientización social. Es hora de tratar un tema que afecta a muchas chicas inocentes como yo. Es hora de evocar a la conciencia de los dueños de todos los Gold's Gym del mundo. Es hora de hacer conciencia de la realidad que atañe el diseño estructural de las duchas del Gold's Gym.

Yo, Yessy Vargas, el día de hoy hago un llamado en nombre de todas esas chicas pudorosas que ante una extrema necesidad decidieron ducharse en el gimnasio. Como sé que aún no han de comprender mi reclamo y para no causarles más incertidumbres, a continuación contaré mi historia.

Hace un par de meses de atrás, alegremente y súper motivada (como casi todos los días), me acerqué a las instalaciones del Gold's Gym más cercano al lugar donde habito. Por lo general suelo regresar al departamento después del trabajo para mudarme de ropa y partir con destino al gimnasio. Ese día no fue la excepción. Arribé al gimnasio golpe de 9 de la noche, corrí durante una hora (comentario aparte me declaro fanática acérrima de Forrest Gump) y retorné a mi departamento. Como se imaginarán después de correr durante una hora, con la máquina corredora marcando 10.5 kilometros por hora, una termina literalmente empapada, sudorosa y apestosa.

Cuando arribo a mi departamento luego de una jornada de ejercicio, lo único que se cruza por mi cabeza es meterme rápidamente a la ducha y disfrutar de un relajante baño de agua caliente. Por mi cabeza nunca se cruza la idea de revisar la existencia de agua (después de todo, en dos años de vivir en Lima nunca había sufrido de cortes de agua). Pero ese día fue la excepción. Llegué a mi departamento, avancé hacia el baño, me saqué la ropa, me metí a la ducha, abrí la llave y ante mi asombro y desesperación me encontré con la sorpresa que no salía ni una mísera gota de agua por la regadera.

Pobre de mí, como iba a dormir así, toda sudorosa y apestosa. Para entonces eran poco más de las 10:15 de la noche (el gimnasio al que acudo cierra sus puertas a las 11 de la noche). No me quedó de otra que evocar a mi cabecita, la misma que empezó a maquinar de la siguiente manera (disculparán el léxico coloquial con el que se expresa mi mente, pero es el único lenguaje que conoce y con el que se expresa en mi interior):

Cabecita de Yessy: “Piensa Yessy, piensa… tienes dos opciones:
a.         Te acuestas a dormir así, toda “fuchi”, y madrugas mañana a las 6 am a “pegarte” un “duchaso”
b.         Regresas al gimnasio, te armas de valor y te das un “duchaso”, en esos baños indecentes".

Me faltó comentarles que hace un año atrás mi pobre humanidad ya había hecho uso de las duchas del gimnasio, y en dicho instante me juré a mí misma no hacerlo nunca más.

Cabecita de Yessy: “Chuzo, que más queda, no voy a dormir toda apestosa. Luego tendré que cambiar las sábanas pues para mañana también amanecerán malolientas”.

Así que aparte de armar mi mochila con los respectivos implementos de aseo (jabosito, shampoo, acondicionador, toalla y ropa limpia), me armé de un gran valor para enfrentar dicho reto. Bueno, todo por el gusto de no dormir oliendo mal ese día. Caminé, caminé, recé y recé para que a esas altas horas de la noche ya no quedaran deportistas usuarias de las duchas. Pero mis rezos fueron en vano.

Es que las duchas del gimnasio están hechas de tal manera, para que los usuarios no se queden más de 5 minutos haciendo uso de las instalaciones. Cuando una llega y selecciona su ducha para asearse, tiene que abrir una cortina de tela, la cual haría que se disfrute de un momento placentero bajo el agua con toda la privacidad que el acto amerita. Sin embargo, las paredes laterales que dividen cada ducha están hechas de vidrio transparente. Tan transparente que se ve toda la silueta, cuerpo, curvas, etc, de la vecina que se está aseando en la ducha conjunta.

Ese día seleccioné la ducha más aislada de todas, esperanzada que no llegara ninguna colega deportista a hacer uso de la ducha conjunta. Pasaron 5 minutos, logré hacer uso del jabonsito, eliminado los microbios y sudores de mi cuerpo. Hasta que al sexto minuto apareció alguien a acomodar sus implementos en la ducha que se encontraba del lado izquierdo de la que hacía uso. Asustada decidí lavar rápidamente mi cabello y en un dos por tres agarré la toalla, me sequé (no alcancé a hacer uso del acondicionador de cabello) y me tapé. Imagínense, no iba a dejar que cualquiera morboseara mi lindo cuerpito.

Así, salí volada con la toalla cubriéndome, hacia los vestidores, donde culminé el acto de secado y proseguí a vestirme para retornar a mi departamento.  

Esta es la realidad de las duchas del gimnasio. Anhelo que uno de los dueños, socios o accionistas de estas grandes cadenas de gimnasios se encuentren leyendo este post, y se apiade de mi realidad y mis temores. Porque todas tenemos derecho a disfrutar del momento placentero de un buen “duchaso”, con la privacidad que lo amerita.

2 comentarios:

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