Hoy me siento la chica o mujer más afortunada del planeta. ¿Por qué razón se preguntaran? Pues, porque una vez más he confirmado que los hombres son los seres más mentirosos del planeta. Y no es que generalice (y mil disculpas por mis grandes amigos HOMBRES con los que cuento para contarles mis penas, mis fracasos, mis victorias y mis alegrías) pero es así. Sorry Chisber por lo que te toca. Pero les contaré lo que me acaba de pasar:
Trimestralmente la Empresa en la cual tengo el honor y privilegio de laboral realiza una reunión en la cual premian a los colaboradores que han sobresalido. Y si, aunque ustedes no lo crean, uno de esos era yo. Entre todos ellos sortean un bono por una módica suma de dinero, que en cuanto a cantidad no es la gran cosa pero lo importante es el reconocimiento de tu trabajo en la Empresa ¿Y qué creen? Pues, yo gané. ¡Qué suerte que tengo!
Pero no es por eso que me considero afortunada, sino por lo que ocurrió posteriormente. Como ya es costumbre después de cada reunión trimestral, se organiza algo para compartir entre el personal de la Empresa. Y claro, yo siempre me apunto a esa salida.
En esta ocasión fuimos a una discoteca para bailar y festejar la alegría de vivir. Bailé, celebré y entre todos los presentes se repartieron mi bono en chelas (léase bielas para todos los lectores ecuatorianos). Hasta que llegó cierto personaje que desde hace un año atrás viene cortejándome (o tirándome los perros en términos criollos), y a pesar que siempre negó la existencia de otra persona en su vida (hasta el día de ayer que seguía con la persecución hacia mi lindo cuerpecito), llegó con otra persona de la cual yo tenía conocimiento por mis grandes dotes detectivescos internautas.
Allí es que me sentí la mujer más afortunada del mundo. Porque nunca le di ni la hora. Y reafirmé mi hipótesis: “Los hombres son las criaturas con dos patas más mentirosas del planeta”.